
En el evangelio para hoy, 2º domingo después de Navidad leemos: “Aquel que es la Palabra estaba en el mundo; y, aunque Dios hizo el mundo por medio de él, los que son del mundo no lo reconocieron. Vino a su propio mundo, pero los suyos no lo recibieron.” (Juan 1,10-11)
¿Cómo nos sentiríamos nosotros si al llegar a una casa conocida, tocamos el timbre, o golpeamos a la puerta, y notamos que hay gente en su interior, pero no nos abren?
Cierta vez un joven del interior, estudiante en una gran ciudad universitaria, una tardecita fue a conocer y visitar al pastor de su iglesia de esa ciudad. El pastor lo atendió a través de la reja de la calle, con el portón con candado. Aunque el joven se presentó, el pastor no lo dejó pasar. El joven se retiró decepcionado, creyendo que era como en el interior, donde abrimos las puertas a todos, sin temor a correr riesgos.
Sin embargo, Dios vino al mundo en la persona de Jesús, se dio a conocer, como alguien cercano y lleno de amor. Juan dice: “Hemos visto su gloria, la gloria que recibió del Padre, por ser su Hijo único, abundante en amor y verdad.” (v. 14) Y aun así, la gente de este mundo, y especialmente los más religiosos: los maestros de la ley, los fariseos, los sacerdotes del templo de Jerusalén y las autoridades del Sanedrín lo rechazaron y lo condenaron a muerte como un blasfemo.
Pero el evangelista expresa una muy buena noticia: “A quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado.” (v. 12-13)
Somos hijos de Dios si aceptamos a Jesús y creemos en él. Si recibimos a Jesús en nuestro corazón, reconocemos lo que hizo por nosotros y estamos dispuestos a vivir una vida nueva de acuerdo a sus enseñanzas. Que así sea. Amén.
¡Bendecido domingo para todos/as!
GENTILEZA: Bernardo Spretz (Pastor Iglesia Evangélica del Río de la Plata)

